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Hallan cuatro textos inéditos de Gabriel García Márquez, su escrito mecanográfico original más antiguo y hay mucho más…

El legado de «Gabo»:

1) La obra literaria y periodística extensa

2) Un legado en movimiento: una faceta con el papel, la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y la formación de periodistas; las Escuela Internacional de Cine y TV en Cuba; y el Centro Gabo (dirigido ante todo a niños, jóvenes y grupos vulnerables); y

3) El legado documental: conjunto de piezas y acervo (textual y visual), unas colecciones de archivos documentales que albergan memorias de García Márquez y sus allegados.

“Los nuevos papeles de Gabo” (66 folios originales mecanografiados) son presentados al público por primera vez, a partir de este lunes, en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Se trata de sus escritos más antiguos (que podrán ser consultados en versión digital); e incluyen el original literario más remoto hallado de “Gabo” – del cuento “El huésped” en dos folios -; y la novedad mayor: cuatro textos inéditos del Premio Nobel que ya causan sensación entre los conocedores. Además, el viernes el Emisor adquirió el archivo del autor de “La Casa Grande”, Álvaro Cepeda Samudio, uno de los mejores amigos de Gabriel García y uno de los ejes del círculo intelectual de “La Cueva”.

El Banco de la República cerró hace pocas horas una de las transacciones más importantes para el patrimonio nacional de Colombia.

Una operación que permite que la Biblioteca Luis Ángel Arango, que cumple 60 años, fortalezca uno de los acervos culturales más especiales en el país en torno del Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, con archivos particulares de sus amigos y colegas, adquiridos por el Emisor.

El viernes se firmó el contrato para adquirir el archivo del cuentista, reportero, novelista y creador del Nuevo Periodismo colombiano, Álvaro Cepeda Samudio, ACS, nacido en Ciénaga (Magdalena) en 1926 y fallecido en Nueva York, en 1972, autor de “La Casa Grande”.

Contiene una serie de materiales – cartas, documentos, manuscritos, firmados por “Gabo”, algunos por Alejandro Obregón, todos relacionados con el Nobel – que permiten ver no sólo los orígenes del escritor sino a todo su contexto intelectual.

“La Biblioteca Luis Ángel Arango, al cumplir sus 60 años, decidió fortalecer sus acervos especialmente en la obra de García Márquez. Después de evaluar lo que se tenía, se decidió complementarlo: se adquirió la colección más importante sobre “Gabo” que existía en Bogotá – y entró a la Biblioteca este año -; ya existía lo que tenía Jorge García Usta (investigador fallecido en 2005) quien se había dedicado a investigar el periodo periodístico de “Gabo” en Cartagena y se había adquirido el archivo de José Félix Fuenmayor” (novelista, poeta, periodista, uno de los fundadores del Grupo de Barranquilla).

Alberto Abello Vives, un economista que asumió en marzo de 2017 la Dirección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, describió así en Medellín, en la jornada de clausura del VI Festival Gabo 2018, las primicias en torno al legado del Nobel. Abello Vives es fundador del Observatorio del Caribe Colombiano y recordado por la recuperación de la Casa García Márquez en Aracataca.

“Los nuevos papeles de Gabo” fueron presentados el pasado viernes al público por primera vez en una conversación de Abello Vives, con Sergio Sarmiento, investigador literario de la Biblioteca, y Gonzalo García Barcha (artista plástico quien vive en México), hijo de “Gabo” y diseñador de las fuentes usadas en distintas ediciones de los libros de su padre, y con Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fnpi.

Sergio Sarmiento, Alberto Abello Vives, Gonzalo García Barcha y Jaime Abello Banfi
Alberto Abello Vives

En mayo pasado la Luis Ángel Arango recibió de Mercedes Barcha – la esposa de “Gabo” – una donación muy llamativa: 44 cajas con 3.000 libros con todas obras de García Márquez en 46 idiomas, publicados en 44 países … 1.102 ediciones de sus novelas, cuentos, crónicas, guiones, obra periodística, discursos y ensayos (hasta mechones de cabello).

Pero la verdadera primicia es el hallazgo de los documentos más antiguos que se conservan de Gabriel García Márquez, a disposición del público a partir de hoy lunes ocho de octubre en la Sala de Raros y Manuscritos de la biblioteca, en versión digital, por supuesto, pues los originales están en proceso de conservación por su “delicado estado de salud”.

Hacen parte del primer periodo, el “periodo costeño”, compuesto por escritos elaborados entre abril de 1948 y 1952, especialmente en Cartagena. El archivo se compone de 66 folios originales mecanografiados, algunos de ellos con apuntes manuscritos y varias versiones de un mismo texto (que permiten desnudar su proceso de escritura) y todos son versiones previas a las publicadas finalmente.

Y la otra noticia, quizás la principal para los “gabólogos”, son cuatro textos inéditos… de cuando “hacía pinitos para dedicarse a la narrativa … se sabía que gran parte de los escritos de lo publicado “El Heraldo” de Barranquilla y “El Espectador” en Bogotá, había sido escrito originalmente en Cartagena… pero no existían evidencias, pero no se habían encontrado los papeles … pues, “los encontramos”, dijo jubiloso Alberto Abello Vives.

Durante “El Bogotazo” de 1948 la residencia de “Gabo” en el Centro Bogotá resultó incendiada. Estudiaba entonces segundo año de Derecho en la Universidad Nacional (que fue cerrada) y a finales de abril… principios de mayo de 1948 regresa a Barranquilla y casi que inmediatamente toma un camión de correos a Cartagena. Se matricula en la Universidad de Cartagena para continuar segundo año de Derecho – carrera que después no termina porque decidió volverse escritor.

“Es la permanencia en la capital de Bolívar de “un “Gabo” muy pobre, que le tocaba pasar mucho filo, deambular por las calles, dormir en los parques, vivir de la solidaridad de los amigos…”, recuerda el director de la Luis Ángel. Entró a trabajar a “El Universal” de Cartagena, luego de encontrase por una calle de Getsemaní con Manuel Zapata Olivella. Ingresó al periódico liberal como aprendiz de periodista.

De allí viene su historia de que el editor Clemente Manuel Zabala, con un lápiz rojo, le corregía los primeros escritos… se convirtió en visitante asiduo de la “otra” La Cueva, a la que iban una vez cerraban el diario. “íbamos a hablar mierda”, contaba, a un tenderete de venta de bistecs y fritos, en el mercado público de Cartagena, ubicado en donde hoy queda el parqueadero del Centro de Convenciones de Cartagena. Allí acudían García Márquez, Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella, Clemente Manuel Zabala y Gustavo Ibarra Merlano, entre otros (leer siete páginas en “Vivir para contarlo”).

En 1949 se fue para Sucre tras adquirir una neumonía – un viaje que le sirvió para crear los relatos sobre La Mojana, la República de La Sierpe, – una historia que le contó Ángel Casij – las leyendas sobre La Marquesita y en fin, la base del “realismo mágico”. En 1951 su familia se fue de Sucre a Cartagena y él también regresó a Cartagena. “Un pelao entre 21, 22, 23 años que ansía estar con su familia”, Abello.

Sergio Sarmiento cuenta el fin de un cuento hasta ahora privado…

El coordinador de Curaduría del Área de Literatura de la Luis Ángel Arango, Sergio Sarmiento, fue el encargado de presentar la magnitud de los descubrimientos. Como ya se dijo son 66 folios originales mecanografiados, cuatro textos publicados y cuatro textos inéditos del “periodo costeño”, con anotaciones manuscritas y varias versiones de un mismo texto que permiten ver en qué pensaba “Gabo” mientras escribía y cuál era su proceso de construcción literaria. Son los más antiguos escritos de García Márquez.

El más “viejo” escrito hallado, consta de sólo dos folios, en los que está completo “El huésped”, el octavo de los cuentos publicados por el escritor (finalmente el 19 de mayo de 1950 en “El Heraldo”). El segundo hallazgo es el original de “Relatos de un viajero imaginario” (un texto todavía con una “mirada cachaca”, primera serie por entregas periódicas que escribe García Márquez) que permite ver las “costuras” en la escritura del Nobel.

“Un documento canónico”, describe Sarmiento, es el primer escritto en el que está en ciernes “el realismo mágico”. La historia de La Sierpe, un “país en la Costa Atlántica” que definirá la obra de García Márquez. Este reportaje nace de su viaje a Sucre y de conocer la historia mítica de La Marquesita.

Por último, del paquete de los escritos publicados posteriormente, hay tres versiones originales distintas de “Un hombre viene bajo la lluvia”, que es “El huésped” reescrito casi tres años después y muestra que Úrsula, inicialmente en un papel menor, se convierte en la matrona de la casa, e incluye al coronel Buendía.

Cuatro textos inéditos

Dentro de los relatos inéditos encontrados, está uno que hace parte de los “Relatos de un viajero imaginario”, un cuento que describe lo que sucede en el pueblo el día de un eclipse solar. Una de las mujeres del pueblo miró el eclipse sin protección. “Un muy buen texto, no sabemos por qué no se incluyó (en los “Relatos…”), creemos que lo eliminó posteriormente para incluir otro relato que se llama “El cuento más corto del mundo”, explica Sarmiento.

El original más sencillo de los inéditos, escrito entre finales de 1951 y comienzos de 1952: “El ahogado que nos traía caracoles” del que se tienen fragmentos de diferentes versiones. Vuelve a aparecer Úrsula (que en un primer momento se llama Evangelina y funciona como un oráculo a la inversa). Se pensaba que el cuento nunca se había escrito. Lo triste es que el cuento no está completo.

Y el texto más apasionante. “Gabo” deja el estilo kafkiano y experimenta con influencias de Hemingway. El cuento “Olor antiguo”, un soliloquio de un hombre que hace remembranzas de su matrimonio y el día que cumple 50 años de casado se da cuenta que se casó con la mujer equivocada (su hoy mujer tenía una gemela, a una la odiaba y otra a la que amaba… pues se casó con la que odiaba).

En 1951 Gabriel García Márquez y Guillermo “El Mago” Dávila, linotipista de “El Universal”, hicieron un emprendimiento empresarial periodístico que resultó fracasado. Se financiaban con publicidad y perdieron todo el dinero  invertido. Salieron seis o siete números.

Finalmente “Relato de las barritas de menta”, un texto complicado – no se sabe si fragmento o total – pero inédito en el que habla de un viaje que acaba de hacer a Aracataca, una mirada muy personal del estado anímico del escritor tras visitar su tierra original.

Una ficción, pero que es una mirada personal, muy íntima de este Gabo, muy joven, de venti…pico de años, que está volviendo a su tierra natal (el segundo viaje que hace a Aracataca, y el primero que hace solo).

Aquí está el texto en primicia también:

Relato de las barritas de menta

“Por último cesó el silbido de los frenos. La rueda calzó en el riel abrazado y el agobiador y polvoriento silencio del pueblo penetró el vagón. Era un silencio igual al pueblo, hecho de sus mismos y desolados ingredientes. De sus calles rectas, anchas y vacías, de sus enormes patios cuadrados, frescos bajo la penetrante humedad de los plátanos y de sus viejas casas de madera arruinadas bajo el polvo, con antiguos mobiliarios y mujeres oscuras, sin edad ni presentimientos yaciendo el sopor de la siesta.

No tenía más de veinte años ese silencio, pero su madurez, su devastadora experiencia, le daban un aspecto secular y lo hacían parecer un silencio tan antiguo como el resplandor del polvo en las calles, o como la claridad de los espejos que habían perdido la memoria de los últimos rostros.

La sensación de muerte estaba en uno, no en la solitaria estación, ni en el silbido del tren que se ponía otra vez en movimiento, ni en los escasos habitantes que se sentaban de pie bajo los árboles grises. Tal vez yo los había conocido a todos y ahora ellos me miraban pasar y me reconocían pensando: “vea usted, ha regresado el muerto”.

Y en cierta forma ellos tenían razón, todo eso había sido así desde el principio. El oscuro almacén de los italianos donde vendían botas enterizas para los niños y sardinas para los adultos, y barras de menta para pequeños y grandes, y en cuyo interior olía a pan guardado y a petróleo crudo.

De pie en la estación, indeciso, yo veía al otro lado de la calle el almacén de los italianos y el hombre igual a como estaba veinte años antes, ni siquiera veinte años más viejo, recostado contra el marco de la puerta viendo partir el tren. Aquello era como volver a mirar las ilustraciones de un libro conocido en la infancia.

Y entonces uno atraviesa la calle, siente bajo la suela el calor, la quemadura del polvo y pregunta al hombre…


…(faltan esos fragmentos)…

…”¿Hace calor, no?”, le dije todavía mirándolo. Ahora lo veía de cerca y apreciaba mejor el transcurrir del tiempo en su rostro. Yo sabía que ese era el mismo calor de siempre, el mismo sopor de la siesta. Nada había cambiado salvo la estatura del italiano que parecía más pequeño que cuando iba a comprarle barritas de menta.

“Como siempre”, dijo, y echó una última mirada al tren. Luego se incorporó, volvió a examinarme con sus redondos y pequeños ojos, de un verde marchito, y me preguntó si deseaba sentarme. Le respondí que no, que simplemente deseaba hacer una compra, una barrita de menta.

El hombre no se conmovió. Parecía como si hubiera necesitado dos, tres minutos, para acabar de oir y otros dos para empezar a entender.  Extrajo del bolsillo de su pantalón un pañuelo grande y sucio, se enjugó el rostro y sonrió luego con una sonrisa que parecía tener a la vez algo de burlona.

Yo repetí, para un calor así no hay nada como las barras de menta. El hombre movió la cabeza, se estiró en el asiento. Dijo: “eso es verdad, pero hace más de veinte años que no vienen las barritas de menta”.

Sentí que los pies se me derretían en los zapatos, los últimos ruidos del tren cesaron y los ciudadanos taciturnos que lo miraron partir desde la sombra en los árboles empezaron a moverse. El hombre guardó el pañuelo y volvió a mirarme como en espera de que hiciera una nueva solicitud. De repente me sentí metido dentro de un círculo estrecho. Una vuelta que había comenzado en el tren se había prolongado por la orilla del silencio, por las ruinosas casas de madera y luego por la breve conversación del italiano.

Allí terminaba el círculo y debía estar otra vez el tren, pero el tren se había ido y no regresaría hasta dentro de dos horas. El calor, el resplandor del polvo y el espeso silencio del pueblo, el pueblo mismo, me producían una extraña sensación de parálisis interior. Era como si súbitamente hubiera caído en una gran retorta sin tiempo, en cuyo fondo estaba ese pueblo desconocido, el italiano recostado contra el marco de la puerta y el almacén donde muchos años atrás íbamos a comprar barritas de menta.

Esa sensación me hizo recordar la hora…”

08/10/2018  12:00 m.

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